A él oíd.
Deuteronomio 18:19.
“Mas
a cualquiera que no oyere mis palabras que él hablare en mi nombre, yo le
pediré cuenta.”
Es
bien sabido que Dios desde la antigüedad ha hablado a través de siervos
escogidos que se han conocido como profetas. Alguien que trae un mensaje de
parte de Dios. Así lo determinó el mismo Dios.
“Y él les dijo: Oíd
ahora mis palabras. Cuando haya entre vosotros profeta de Jehová, le apareceré
en visión, en sueños hablaré con él.” Números 12.6.
Este
profeta trasmitiría el mensaje de Dios al hombre; aunque vemos que muchas veces
ellos intercedieron ante Dios por el pueblo para que Dios no castigara o
exterminara a causa de la maldad de los seres humanos. Sin embargo, la función
primordial para lo cual Dios lo levantaba era dar a conocer mensaje por medio
del cual el pueblo se volviera a Dios.
“Dios, habiendo
hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por
los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo,…” Hebreos 1:1-2.
Hay
quienes expresan que ellos les hubiesen gustado haber oído hablar a alguno de
ellos. Oír las palabras de Isaías, o quizá Ezequiel, e inclusive oír la voz de
Jesucristo; y lo refieren como un privilegio. Pero ¿Es posible hoy oír la voz
de los profetas antiguos? Si. No se me alarme, permítame explicarle.
Ciertamente todos ellos ya murieron y, con excepción de Jesucristo, hoy no
podemos escuchar su timbre de voz, pero aún hoy es menester oír sus palabras.
La expresión “Oír” va mas allá de un sonido o de algo audible; está referida a
poner por obra.
Si a
usted alguien le aconseja, o le llama la atención, sabremos si le ha oído
cuando usted ponga en práctica lo que se le ha aconsejado; entonces podremos
decir “Oyó” el consejo, atendió a las palabras que se le dijeron.
Cuando
oímos debe haber un cambio de actitud, un cambio de conducta, de rumbo, que nos
lleva a creer, a esperar o inclusive a actuar. Si simplemente se nos habla y no
atendemos, será un ruido más que entra por nuestros oídos, o simplemente podemos
ignorar lo que estamos oyendo.
La
palabra de Dios nos dice que Dios le envió mensaje a su pueblo durante mucho
tiempo a través de los profetas pero ellos no quisieron oír a Dios.
“Pero no quisieron
escuchar, antes volvieron la espalda, y taparon sus oídos para no oír; y
pusieron su corazón como diamante, para no oír la ley ni las palabras que
Jehová de los ejércitos enviaba por su Espíritu, por medio de los profetas
primeros; vino, por tanto, gran enojo de parte de Jehová de los ejércitos.” Zacarías 7:11-12.
Vemos
que hace énfasis en que ellos “pusieron su corazón como diamante para no oír”
porque no se trataba de un sonido en sus oídos sino en aceptar o simplemente
poner la palabra por obra.
“Y les envió profetas
para que los volviesen a Jehová, los cuales les amonestaron; mas ellos no los
escucharon.” 2da
de Crónicas 24:19.
Este
proceso, que se prolongó durante muchos años, es relatado por el señor
Jesucristo por medio de una parábola.
“Comenzó luego a
decir al pueblo esta parábola: Un hombre plantó una viña, la arrendó a
labradores, y se ausentó por mucho tiempo. Y a su tiempo envió un siervo a los
labradores, para que le diesen del fruto de la viña; pero los labradores le
golpearon, y le enviaron con las manos vacías. Volvió a enviar otro siervo; mas
ellos a éste también, golpeado y afrentado, le enviaron con las manos vacías.
Volvió a enviar un tercer siervo; mas ellos también a éste echaron fuera,
herido. Entonces el señor de la viña dijo: ¿Qué haré? Enviaré a mi hijo amado;
quizás cuando le vean a él, le tendrán respeto. Mas los labradores, al verle,
discutían entre sí, diciendo: Éste es el heredero; venid, matémosle, para que
la heredad sea nuestra. Y le echaron fuera de la viña, y le mataron. ¿Qué,
pues, les hará el señor de la viña? Vendrá y destruirá a estos labradores, y
dará su viña a otros. Cuando ellos oyeron esto, dijeron: ¡Dios nos libre!” Lucas 20:9-16.
No
quisieron oír ni hacer la voluntad del dueño de la viña, aún cuando les envió
mensajeros e incluso a su hijo; o como dijera Dios, por boca de nuestro señor
Jesucristo:
“¡Jerusalén,
Jerusalén, que matas a los profetas, y apedreas a los que te son enviados!
¡Cuántas veces quise juntar a tus hijos, como la gallina junta sus polluelos
debajo de las alas, y no quisiste!” Mateo 23:37.
Este
trabajo, de juntar a los hijos de Israel, lo realizó Dios por medio de los
profetas, a través de los cuales les envió mensaje en múltiples ocasiones, pero
ellos no le oyeron. Aún Dios, hablando por Moisés, promete que levantaría un
profeta, por medio del cual le hablaría a la humanidad.
“Profeta les
levantaré de en medio de sus hermanos, como tú; y pondré mis palabras en su
boca, y él les hablará todo lo que yo le mandare.” Deuteronomio 18:18.
Este
profeta prometido, con un mensaje directo de parte de Dios, es nuestro Señor
Jesucristo. Por eso dice la Escritura:
“Dios envió mensaje a
los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo;
éste es Señor de todos.” Hechos 10:36.
Una
vez más Dios cumplió su palabra y el profeta que había prometido venía al
mundo, para anunciarnos el evangelio de la paz; esperando Dios que el pueblo
oyera lo que les mandó a decir por medio de Jesucristo. Así encontramos que, en
el monte de la transfiguración, Dios diciéndoles a los discípulos de Jesucristo
que estaban allí:
“Mientras él aún
hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una voz desde la nube, que
decía: Éste es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.” Mateo 17:5.
Cuantos
escucharon la voz de Jesucristo con sus oídos pero fueron incapaces de oír con
el corazón para ponerlas por obra; y esto no solo en los judíos, pues hoy aún
se repite la misma historia en muchos:
“De manera que se
cumple en ellos la profecía de Isaías, que dijo: De oído oiréis, y no
entenderéis; Y viendo veréis, y no percibiréis. Porque el corazón de este
pueblo se ha engrosado, Y con los oídos oyen pesadamente, Y han cerrado sus
ojos; Para que no vean con los ojos, Y oigan con los oídos, Y con el corazón
entiendan, Y se conviertan, Y yo los sane. Pero bienaventurados vuestros
ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen. Porque de cierto os digo,
que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis, y no lo vieron; y oír lo
que oís, y no lo oyeron.” Mateo 13:14-17.
Podemos
ver acá un proceso que lleva a las personas a actuar, a atender a los ruegos,
suplicas o consejos que Jesucristo les daba de parte de Dios, pero no pudieron;
como aún pasa en nuestros días. De esto habló el Apóstol Pablo, que ocurriría
en los postreros tiempos que algunos no creerían a la verdad porque apartarían
su oído de la verdad.
“Porque vendrá tiempo
cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se
amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de
la verdad el oído y se volverán a las fábulas.” 2da Timoteo 3:4.
Qué
gran necesidad hay hoy en día de volver nuestros oídos para oír lo que Dios
envió por su Espíritu, por medio de los profetas primeros, de los enviados de
Dios, de oír y atender a sus palabras porque el tiempo de nuestra redención
está cerca.
“Así dijo Jehová:
Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea
el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma....” Jeremías 6:16.
Al
recibir la respuesta es necesario oír y rectificar para andar por el buen
camino.
Hoy más
que nunca se hace necesario obedecer a la voz de Dios cuando dijo:
“…Este es mi Hijo
amado, en quien tengo complacencia; a él oíd.”
No
solamente nos reitera que Jesucristo es Hijo de Dios, sino que esta puesto por
Dios para que oigamos las palabras que él tiene que decirnos, para que le oigamos.
¿En presente? Si; Así dice; “A él oíd”. Pero no espere que le ocurra como a
Pablo, a quien el señor Jesucristo se le apareció en el camino y le habló desde
el cielo. No se trata de que Jesucristo se vaya a sentar a conversar con usted.
Se trata de poner por obra las palabras que Jesús dijo, de atender a su llamado
a buscar a Dios.
“Jesús le dijo:
Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén
adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo
que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y
ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en
verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren.” Juan 4:21-23.
Estas
fueron las palabras del Mesías que Dios envió. Ya el Señor Jesucristo habló lo
que su padre le dijo que nos dijera y como el Padre se lo dijo:
“Porque yo no he
hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de
lo que he de decir, y de lo que he de hablar. Y sé que su mandamiento es vida
eterna. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho.” Juan 12:49-50.
Cumpliendo
Dios en Cristo lo que había prometido que pondría sus palabras en la boca del
profeta y que el profeta hablaría todo lo que Dios le mandara. Pero ¿Has oído
las palabras de Jesucristo? ¿Has atendido a su llamado? Pues la misma palabra
dice que a cualquiera que no oyere las palabras que Dios hablaría por boca del
profeta, Dios le pedirá cuenta.
El
propósito de Dios, de levantar a Jesucristo como profeta, como mensajero, es
que todos oigamos sus palabras; y que también le honremos.
“para que todos
honren al Hijo como honran al Padre. El que no honra al Hijo, no honra al Padre
que le envió. De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al
que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de
muerte a vida.” Juan
5:23-24.
Una
forma de honrar al señor Jesucristo es oír sus palabras y creerlas, así como
oímos y creemos las palabras de Dios, que envió por boca de sus profetas; pero
creerlas tal como Jesucristo las dijo.
Es
necesario oír las palabras que Dios puso en boca de Jesucristo para hacérnosla
conocer y que atendamos a sus instrucciones para alcanzar la salvación de
nuestras almas.
“Por tanto, es
necesario que con más diligencia atendamos a las cosas que hemos oído, no sea
que nos deslicemos. Porque si la palabra dicha por medio de los ángeles fue
firme, y toda transgresión y desobediencia recibió justa
retribución, ¿cómo escaparemos nosotros, si descuidamos una salvación tan grande?
La cual, habiendo sido anunciada primeramente por el Señor, nos fue confirmada
por los que oyeron, testificando Dios juntamente con ellos, con señales y
prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su
voluntad.” Hebreos
2:1-4.
Hoy,
al igual que a los discípulos de Jesucristo, hemos sido enviados, encomendados
de predicar, de anunciar las buenas nuevas de Salvación; anunciamos las
palabras de vida que Dios habló por boca de Jesucristo.
“Así que, somos
embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros;
os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.” 2da Corintios 5:20.
Se
nos ha encomendado ser los portavoces del mensaje del reino, exhortando a los
que hoy oyen la palabra a volverse al
Dios verdadero, al Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo, como dijera el
Señor Jesús en muchas ocasiones:
“El que tiene oído
para oír, oiga.” Mateo 11:15.
Jesucristo
cumplió su misión acá en la tierra; el darnos a conocer las palabras de Dios,
el mensaje del Padre, palabras de vida; palabras por las cuales seremos salvos.
“Ya no os llamaré
siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor; pero os he llamado
amigos, porque todas las cosas que oí de mi Padre, os las he dado a
conocer.” Juan
15:15.
De
esta misma manera, como Jesucristo dio a conocer todas las cosas que oyó de su
Padre, así hoy nosotros debemos dar a conocer todas las cosas que hemos oído de
Jesucristo y que él, a su vez, oyó de su Padre y nos las dio a conocer; para
que oyendo entendamos y nos convirtamos a Dios para servirle.
“Y él dijo: Antes
bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan.” Lucas 11:28.
“Pero bienaventurados
vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen.” Mateo 13:16.