La exclamación de Tomás
Juan 20:28.
“Entonces Tomás respondió y le dijo:
¡Señor mío, y Dios mío!”
La exclamación que hace Tomás en este
versículo, ¡Señor mío, y Dios mío!, ha sido usada por algunos como prueba para
demostrar la deidad de Jesucristo, e inclusive para igualar a Jesucristo con el
Padre eterno; al sacarla de su contexto y de forma aislada queriendo afirmar
que un hombre es Dios o que Dios es un hombre, cuando las sagradas escrituras
dice claramente que Dios no es hombre,
“Dios no es hombre,
para que mienta, Ni hijo de hombre para que se arrepienta. Él dijo, ¿y no hará?
Habló, ¿y no lo ejecutará?” Numero 23:19
Mientras que de Jesucristo dice que es
un hombre.
“Porque hay un solo
Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre,” 1ra Timoteo 2:5.
Esta expresión, ¡Señor mío, y Dios
mío!, dicha por Tomás, es parte de un
episodio que inicia en el versículo 24 y culmina en el versículo 29; que debe
ser tenido en cuenta para saber que fue lo que en verdad dijo Tomás.
“Pero Tomás, uno de los doce, llamado Dídimo, no estaba
con ellos cuando Jesús vino. Le dijeron, pues, los otros discípulos: Al Señor
hemos visto. Él les dijo: Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y
metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no
creeré. Ocho días después, estaban otra vez sus discípulos dentro, y con ellos
Tomás. Llegó Jesús, estando las puertas cerradas, y se puso en medio y les
dijo: Paz a vosotros. Luego dijo a Tomás: Pon aquí tu dedo, y mira mis manos; y
acerca tu mano, y métela en mi costado; y no seas incrédulo, sino creyente.
Entonces Tomás respondió y le dijo: ¡Señor mío, y Dios mío! Jesús le dijo:
Porque me has visto, Tomás, creíste; bienaventurados los que no vieron, y
creyeron.” Juan
20:24-29.
Lo primero que hay que destacar es que
los discípulos le dijeron a Tomás: “al Señor hemos visto.” ¿a quién habían
visto? Al Señor. Pero Tomás, como ocurre en muchas oportunidades con los
judíos, estaba esperando ver señales.
“Entonces Jesús le dijo: Si no viereis señales y
prodigios, no creeréis.” Juan 4:48.
Y le
dijeron entonces; ¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y creamos? ¿Qué
obra haces?
Vemos
que los judíos esperaban señales para poder creer en Jesucristo, que él era el Mesías
que estaban esperando y Tomás no fue la excepción. Tomás pidió señal o prueba
para creer que en verdad Jesucristo había resucitado. Por eso dijo:
“…Si no viere en sus manos la señal de los clavos, y
metiere mi dedo en el lugar de los clavos, y metiere mi mano en su costado, no
creeré.” Juan
20:25.
Tomás
estaba pidiendo prueba de que a quién habían visto era el mismo que había
estado crucificado. Tomás dijo que cuando viera esas señales, entonces creería.
¿Qué
era lo que iba a creer? Que realmente a quien habían visto era el Señor; pues
esto fue lo que le dijeron los otros discípulos “…al Señor hemos visto”.
No
podemos olvidar este acontecimiento previo a que Jesucristo se presentase ocho
días después en medio de sus discípulos y esta vez si estaba Tomás. Podemos ver
que Jesucristo va directamente a la conversación que habían tenido los
discípulos, los que ya le habían visto, con Tomás y le muestra la señal que
Tomás estaba pidiendo para poder creer que en verdad Jesucristo, el Señor, había sido resucitado de entre los muertos. Por
eso Jesucristo le dijo:
“…no seas incrédulo, sino creyente.” Juan 20:27.
Y esto no fue solamente para que Tomás
creyera, pues encontramos que en los discípulos en general había incredulidad.
Luego de habérsele aparecido a María Magdalena, en el libro de Marcos
encontramos:
“Yendo ella, lo hizo saber a los que habían estado con
él, que estaban tristes y llorando. Ellos, cuando oyeron que vivía, y que había
sido visto por ella, no lo creyeron. Pero después apareció en otra forma
a dos de ellos que iban de camino, yendo al campo. Ellos fueron y lo hicieron
saber a los otros; y ni aun a ellos creyeron. Finalmente se apareció a
los once mismos, estando ellos sentados a la mesa, y les reprochó su
incredulidad y dureza de corazón, porque no habían creído a los que le
habían visto resucitado.” Marcos 16:10-14.
Vemos que ellos no podían creer que el
Señor Jesucristo había sido resucitado; que estaba vivo. Por eso es que Juan
relata las palabras de Tomás que fue el que pidió señal para poder creer. De
manera que cuando Jesucristo le dice a Tomás: “…pon aquí tu dedo, y mira mis
manos; y acerca tu mano, y métela en mi costado…” esto era precisamente la
señal que Tomás había pedido para creer. ¿Para creer qué? Que en verdad el Señor
Jesucristo estaba vivo; creer que era el Señor. Cuando él comprueba que si es
El Señor, entonces exclama: ¡Señor mío, y Dios mío!
Analicemos esta frase; pues acá hay
tres observaciones para hacer:
a)
Esta
expresión está compuesta por dos frases exclamativa y no se trata de una sola.
La primera: ¡Señor mío!
La segunda: ¡Dios mío!
Estas dos exclamaciones
están contenidas en una misma frase, enmarcadas por un solo juego de signos de
exclamación, pero separadas por una coma; cosa que en escritura es totalmente
valido cuando hay dos o más exclamaciones seguidas.
Hoy día, quizá esta misma
frase nosotros la diríamos en sentido inverso: ¡Dios mío!, ¡Señor mío!, pues
por costumbre usamos la expresión: ¡Dios mío! Que la de: ¡Señor mío!
Hay en esta expresión una
exclamación que pareciera reconocer que ese ser, en verdad, es el Señor Jesús. Eso fue lo que él dijo; cuando viera la señal
entonces creería que era el Señor; Sin embargo, no es la frase que asiente su
reconocimiento. Tomás no dijo ahora creo que si es el Señor. No hubo expresión
de admisión, de aceptación o confesión de que ese era el Señor. Tomás, al ver la señal que pidió, reconoce que
es el Señor; y es el reconocer que ese es el Señor, lo que le lleva a exclamar:
¡Señor mío, y Dios mío! Quedo sin palabra ante la verdad de que si había
resucitado; solo pudo exclamar: ¡Señor mío, y Dios mío!; todo contenido en un
frase de exclamación, donde la expresión: ¡Señor mío! no va dirigida a Jesús,
así como tampoco ¡Dios mío! no le atribuye deidad a Jesucristo; son producto de
lo que sintió Tomás, y deben tomarse como un lamento. No es que Tomás llama
Señor a Jesucristo, pues ya lo sabía y por la señal se estaba percatando que
estaba vivo, sino que al darse cuenta que si había resucitado exclama: ¡Señor
mío, y Dios mío!, como expresión de lamento por no haber creído; en otras
palabras pudiéramos decir: Era verdad y yo no creí o en interrogante ¿y ahora
que hago? Y exclama: ¡Señor mío, y Dios mío!
b)
Hay
entre la expresión ¡Dios mío!, y la
expresión ¡Señor mío!, un espacio de tiempo, una pausa. Tomás dijo: ¡Señor mío!
Y también dijo: ¡Dios mío!; donde la expresión ¡Dios mío! No tiene la misma
intensidad y se convierte en casi un lamento por no haber creído a los que le
habían antes anunciado que estaba vivo. Como si al darse cuenta que en verdad
era el Señor Jesucristo se llevara las manos a la cabeza y expresara ¡Dios mío!
Con pesar y vergüenza; que no es difícil de entender pues había sido incrédulo;
acentuando Jesucristo aún más este sentimiento cuando le dijo:
“Jesús le dijo: Porque me has visto, Tomás, creíste;
bienaventurados los que no vieron, y creyeron.” Juan 20:29.
Que vergüenza debió haber
sentido Tomás ante este episodio; el no haber creído al testimonio de los que
ya habían visto a Jesucristo resucitado.
Este sentimiento fue el
que le llevó a exclamar ¡Dios mío!; frase que inclusive usted y yo usamos
frecuentemente ante un asombro, un pesar, ante un hecho impresionante; ante un
lamento o una tristeza, sin que en todos los casos tenga la misma entonación; e
inclusive ante una terquedad de alguien decimos: ¡Dios mío! Que muchacho tan
inquieto, sin que eso signifique Diosificar al inquieto o que le atribuyamos
deidad a otra persona diferente al único Dios verdadero.
c)
De
igual manera, existe esta expresión, dentro de las sagradas escrituras, como
una forma de identificar a Dios, con quien se está hablando y reconociendo como
propio.
Así lo encontramos en el antiguo testamento:
“Muévete y despierta para hacerme justicia, Dios mío y
Señor mío, para defender mi causa.” Salmos 35:23.
Una expresión referida a
Jehová de los ejércitos, que aunque es un reconocimiento no busca identificar a
alguien como Dios. No busca diosificar la justicia o alguna otra cosa, es una
expresión que va referida a Dios, al ser a quien le está pidiendo que se mueva
para que haga justicia. Aunque tiene las mismas palabras que dijera Tomás ¿Qué
diferencia hay entre esta expresión y las palabras de Tomás? Que en la que está
en el libro de los Salmos no hay signos de admiración o exclamación; por lo
tanto no tienen la misma entonación, ni el mismo significado en su uso. Es en
los Salmos una expresión de reconocimiento, mas no de exclamación o admiración.
Esta expresión, al ser usada por Tomás, no
busca dar reconocimiento de divinidad a la persona que habla con él, sino
reconocer el hecho de haber fallado, de haber cometido una equivocación al no
creer que Jesucristo había resucitado. De esta forma, la frase en conjunto, no
va referida a Jesucristo, sino a Dios, como exclamación, como señal de haber
cometido un error, una equivocación. No tuvo valor para contestar o responder a
Jesucristo ante la evidencia de que había resucitado y él no había creído. No
se registra alguna frase dirigida a Jesucristo como respuesta ante la señal que
estaba pidiendo Tomas; solo observamos una exclamación, que bien pudo haber
sido un ¡hay, me equivoque! O cualquier otra de uso común en nuestros días.
Es esta expresión una
exclamación producto del reconocimiento de la equivocación de Tomás, al no
haberle creído a los que ya habían visto a Jesucristo Resucitado, y no es que
Tomas esta llamando Señor a Jesucristo y mucho menos Dios.
No puede esta expresión ser tomada de
forma aislada, fuera del contexto en que ocurren las cosas, pues desvirtúa el
sentido y el significado. Debe ser vista en el marco de todo el episodio para
no caer en una interpretación fuera de la realidad y que contradiga la verdad
bíblica, que solo hay un Dios y ese es el Padre, y que fue él quien hizo Señor
y Cristo a Jesús de Nazareth.