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LA FE DE JESUCRISTO

La fe de Jesucristo
Juan 8:29.
“Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.”

¿Tenía Jesucristo fe? Si, así es. ¿En quién tenía puesta su fe? Frecuentemente tenemos nuestra confianza y nuestra fe en alguien que pueda cumplirnos lo que ha prometido o en alguien que tiene el poder y la autoridad para hacer cuanto le pidamos. Cada vez que consiga a alguien pidiendo protección, ayuda, consuelo, o simplemente solución a una dificultad, entre otras, usted puede decir que esa persona tiene su fe puesta en ese ser al que le está pidiendo. ¿Cuánto más cuando esperamos con ansias, anhelamos recibir lo que se nos ha prometido convencidos que hemos sido seleccionados para ser beneficiados del premio o recompensa que Dios ha prometido?; con paciencia lo aguardamos.

En las escrituras encontramos que el Salmista David, proféticamente hablando del sufrimiento de Jesucristo, diciendo palabras que repitiera nuestro señor Jesucristo estando en la angustia.
“Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? …” Salmos 22:1.

En este mismo salmo, lo encontramos diciendo que él confía en Dios:
“Pero tú eres el que me sacó del vientre; El que me hizo estar confiado desde que estaba a los pechos de mi madre. Sobre ti fui echado desde antes de nacer; Desde el vientre de mi madre, tú eres mi Dios.” Salmos 22:9-10.

Vemos que Jesucristo se encomendó a Dios desde muy temprano en su vida. Puso en Dios su confianza y su fe. ¿Desde muy temprano en su vida? Si, ya Jesucristo sabía de Dios y sus negocios:
“Entonces él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” Lucas 2:49.

Por eso estaba profetizado que de él se diría:
“Se encomendó a Jehová; líbrele él; Sálvele, puesto que en él se complacía.” Salmos 22:8.

Y esto vemos que tuvo fiel cumplimiento cuando estando en la cruz los fariseos impidieron que recibiera ayuda humana y le injuriaban:
“De esta manera también los principales sacerdotes, escarneciéndole con los escribas y los fariseos y los ancianos, decían: A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar; si es el Rey de Israel, descienda ahora de la cruz, y creeremos en él. Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios.” Mateo 27:41-43.
Podemos ver que los judíos reconocían que Jesucristo puso su confianza en alguien mas y no en sí mismo. Jesús puso su confianza en el único Dios verdadero; a quien Jesús mismo llamó su Padre.
“Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios.” Juan 8:54.

O, cuando fueron a prenderle para matarle, vemos que dice:
“¿Acaso piensas que no puedo ahora orar a mi Padre, y que él no me daría más de doce legiones de ángeles?” Mateo 26:53.

Jesucristo puso su fe en Dios; en alguien que no miente, que siempre cumple lo que promete. Por esto recibió de Dios lo que Dios le había prometido que le daría:
“Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos; por cuanto derramó su vida hasta la muerte, y fue contado con los pecadores, habiendo él llevado el pecado de muchos, y orado por los transgresores.” Isaías 53:12.

Jesucristo creyó esta promesa y recibió de Dios el cumplimiento de ella:
“Por lo cual Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre.” Filipenses 2:9-11.

Que grande honor recibió Jesucristo de parte de Dios, y este hecho nos hace confesar que Jesucristo es el señor, nuestro Señor, para que Dios, su Dios y Nuestro Dios, sea glorificado; pues así le plació a Dios hacerlo.
Es en sus vivencias acá en la tierra donde podemos ver en quien tenía Jesucristo puesta su fe. Si usted está angustiado o atribulado, tiene alguna necesidad ¿A quién acude? A alguien que pueda ayudarle; a su Dios. Y ¿Qué hizo Jesucristo? Oró, Rogó, clamó, suplicó.
“Y Cristo, en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente.” Hebreos 5:7.
¿A quién clamaba? Al único que puede librar de la muerte; al dador de la vida, al Dios y Padre de Nuestro señor Jesucristo.
“Jehová mata, y él da vida; Él hace descender al Seol, y hace subir.” 1ra de Samuel 2:6.
“Te mando delante de Dios, que da vida a todas las cosas, y de Jesucristo, que dio testimonio de la buena profesión delante de Poncio Pilato,” 1ra Timoteo 6:13.
“El espíritu de Dios me hizo, Y el soplo del Omnipotente me dio vida.” Job 33:4.
“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),” Efesios 2:4-5.

De manera que podemos ver claramente que el que podía librar de la muerte al Señor Jesucristo es Dios, el dador de la vida. A él le oraba Jesucristo; clamaba al Padre, Así lo relata Lucas, detallando la intensidad con la cual oraba:
“Y él se apartó de ellos a distancia como de un tiro de piedra; y puesto de rodillas oró, diciendo: Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Y se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle. Y estando en agonía, oraba más intensamente; y era su sudor como grandes gotas de sangre que caían hasta la tierra.” Lucas 22:41-44.

Sin duda clamaba a quien le podía ayudar. A aquel en quien tiene Jesucristo puesta su fe, su confianza; sabiendo, teniendo la certeza que Dios le está oyendo:
“Entonces quitaron la piedra de donde había sido puesto el muerto. Y Jesús, alzando los ojos a lo alto, dijo: Padre, gracias te doy por haberme oído. Yo sabía que siempre me oyes; pero lo dije por causa de la multitud que está alrededor, para que crean que tú me has enviado.” Juan 11:41-42.

Qué bueno es poder ver la confianza que hay en Jesucristo, la seguridad de que Dios siempre le oye; y esto no por capricho, sino que al que hace la voluntad de Dios, le concede lo que le pida, pues pide según la voluntad de Dios.
“Y sabemos que Dios no oye a los pecadores; pero si alguno es temeroso de Dios, y hace su voluntad, a ése oye.” Juan 9:31.
“Y ésta es la confianza que tenemos en él, que si pedimos alguna cosa conforme a su voluntad, él nos oye. Y si sabemos que él nos oye en cualquiera cosa que pidamos, sabemos que tenemos las peticiones que le hayamos hecho.” 1ra de Juan 5:14-15.

Esto hacía Jesucristo, oraba a Dios.
“En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios.” Lucas 6:12.

Así ya estaba profetizado, en el libro de los salmos, que esto haría el Cristo.
“Me invocará, y yo le responderé; Con él estaré yo en la angustia; Lo libraré y le glorificaré.” Salmos 91:15.

Y, asimismo ocurrió, en medio de la angustia clamó a Dios, para recibir ayuda de Dios, y Dios le envió un ángel del cielo para fortalecerle.

Tal era la confianza que Jesucristo puso en Dios, que en la hora de su muerte exclamó:
“… Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró.” Lucas 23:46.

Entregando así, el espíritu que le da vida a la carne, a aquel que es el Dios de los espíritus y el Padre de los espíritus de toda carne.

¿Encomendaría usted algo a alguien en quién no confía? Difícilmente. Pues vemos acá a Jesucristo encomendando en las manos de Dios el espíritu que le da vida, el cual Dios le restituyó al tercer día para volverle a la vida.
“al cual Dios levantó, sueltos los dolores de la muerte, por cuanto era imposible que fuese retenido por ella.” Hechos 2:24.

Encomendó su espíritu a Dios, que es el Dios de los espíritus de toda carne, como reconocían los israelitas a Dios:
“Entonces respondió Moisés a Jehová, diciendo: Ponga Jehová, Dios de los espíritus de toda carne, un varón sobre la congregación, que salga delante de ellos y que entre delante de ellos, que los saque y los introduzca, para que la congregación de Jehová no sea como ovejas sin pastor.” Números 27:15-17.

Dios es el Dios de los espíritus de toda carne, constituyéndose el medio o vía permanente por la cual Dios se comunica con el hombre.
“Lámpara de Jehová es el espíritu del hombre, La cual escudriña lo más profundo del corazón.” Proverbios 20:27.

Jesucristo, en la hora de su muerte, le encomendó a Dios su espíritu porque tenía puesta su confianza en Dios, en que Dios no le dejaría en el sepulcro ni permitiría que viera corrupción.
“Pero siendo profeta, y sabiendo que con juramento Dios le había jurado que de su descendencia, en cuanto a la carne, levantaría al Cristo para que se sentase en su trono, viéndolo antes, habló de la resurrección de Cristo, que su alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción. A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos.” Hechos 2:30-32.

Jesucristo creyó todo lo que Dios había antes anunciado por medio de los profetas, reconoció que Dios lo había anunciado con anterioridad y que era necesario que se cumpliese todo lo que de él está escrito. Esto es fe, creer que lo que Dios dijo se cumplirá.
“Y les dijo: Éstas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.” Lucas 24:44.
“Porque os digo que es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito: Y fue contado con los inicuos; porque lo que está escrito de mí, tiene cumplimiento.” Lucas 22:37.

Y esto de decir que tiene cumplimiento lo que está escrito de Jesucristo, no es más que fe, de que la palabra de Dios prevalece, se cumple.
“Secase la hierba, marchitase la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre.” Isaías 40:8.

¿Y qué dijo Dios?
“Yo le seré por padre, y él me será por hijo; y no quitaré de él mi misericordia, como la quité de aquel que fue antes de ti; sino que lo confirmaré en mi casa y en mi reino eternamente, y su trono será firme para siempre.” 1ra de Crónicas 17:13-14.

Y esto lo sabía Jesucristo, por lo cual pudo exclamar:

“Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada.” Juan 8:29.

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