La predicación del Evangelio.



La predicación del Evangelio.
Marcos 16:5-6.
“Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado.”

Esta instrucción fue una de las últimas cosas que Jesucristo les encomendó a los discípulos que debían hacer. En esta orden, no hay distingo de raza. Fueron enviados a toda criatura. Pero ¿En qué consiste este evangelio de salvación? ¿Era igual predicarle al pueblo de Israel que a los gentiles? ¿Cuál es la diferencia, si la hay? A la hora de predicar o hablar del evangelio es necesario conocer el entorno de aquellos con los que hablamos. Sus costumbres, sus tradiciones, sus creencias; hacer una observación detallada para guiar a esta persona a Dios. Sin embargo, más allá de quien nos va a oír, los primeros que debemos estar claros somos los que vamos a predicar, de que vamos a hablar, inclusive de quien vamos a hablar.

El Apóstol Pablo nos aclara cual es el ministerio que hemos recibido; el de reconciliar. Este no es diferente al que ejerció Nuestro Señor Jesucristo. Si entendemos el trabajo, la función que ejerció el Señor Jesucristo acá en la tierra, entonces podremos hacer nosotros lo mismo.
La Humanidad se ha hecho enemiga de Dios.
“¡Oh almas adúlteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.” Santiago 4:4.

Por allí debemos partir. La función que hace Jesucristo, el sacrificio en la cruz del calvario, es un acto de reconciliación, un sacrificio con derramamiento de sangre para que pudiésemos alcanzar el perdón de Dios. Dios se proveyó de un cordero, para que obtuviésemos eterna salvación. Es Dios, y no Jesucristo, quien hace esta oferta. Ofrece a su Hijo en rescate de la humanidad. Este sacrificio es unilateral, de Dios para con nosotros.
“Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros.” Romanos 5:8.

Por eso digo que es unilateral, es Dios quien ofrece una solución a nuestro problema. Se necesitaba hacer un sacrificio, con derramamiento de sangre, para obtener remisión, expiación, de nuestros pecados. Es una muestra de buena voluntad, de su disposición de socorrernos, de dar a conocer que él no quiere que nos perdamos.
“El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento.” 2da de Pedro 3:9.

Así pues que Dios quiere que el ser humano se reconcilie con él.
“Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación. Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.” 2da de Corintios 5:18-20.

De manera que nuestra reconciliación es con Dios y no con Jesucristo; como es frecuente escuchar decir es las iglesias. Ellos hacen el llamado a los inconversos diciéndoles: Reconcíliate con Cristo. Esto no es correcto. Las escrituras son bien claras cuando dice que debemos reconciliarnos con Dios. Así dijo el Apóstol Pablo:
 “…como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.”

Este es el propósito del evangelio de la salvación, que el hombre vuelva su mirada a Dios y le dé la espalda al mundo.
Hasta acá, no hay mucha diferencia en lo que hay que predicarle a la humanidad. Pero, a partir de aquí es necesario hacer una distinción, entre Israelita y Gentiles. No se me desespere, permítame explicarle.
Los Israelitas ya habían escuchado de la existencia del Dios verdadero, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, pero ¿Los Gentiles? ¿Qué dice de nosotros?
“En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y
sin Dios en el mundo.” Efesios 2:12.
“Ciertamente, en otro tiempo, no conociendo a Dios, servíais a los que por naturaleza no son dioses; mas ahora, conociendo a Dios, o más bien, siendo conocidos por Dios, ¿cómo es que os volvéis de nuevo a los débiles y pobres rudimentos, a los cuales os queréis volver a esclavizar?” Gálatas 4:8-9.

Se hace necesario, con los gentiles, empezar por darles a conocer al Dios verdadero, e instarle a que dejen de adorar dioses falsos. En esto hay una diferencia con los Israelitas, pues ya Dios venía tratando con ellos, e inclusive dice el Señor Jesucristo, cuando habla con la mujer samaritana:
“Jesús le dijo: Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” Juan 4:24.

El Señor Jesucristo, como Israelita o judío, tenía bien claro lo que predicaba.
“…nosotros adoramos lo que sabemos…”

¿A quién adoraba el Señor Jesucristo? Al Padre, el Dios creador de todas las cosas. Inclusive, le dice a la mujer que el Padre, y no Jesucristo, es quien anda buscando adoradores que le adoren en espíritu y verdad. De aquí podemos decir que nosotros, en nuestra predicación, debemos enseñar que a quien se debe adorar es al Padre; algo que ya sabían los Judíos, pero que es necesario que nosotros los gentiles lo tengamos bien claro.
Luego, este Dios, el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, el creador del universo, es quien toma la decisión de socorrer a la raza humana.
“Porque ciertamente no socorrió a los ángeles, sino que socorrió a la descendencia de Abraham.” Hebreos 2:16.

Por su gran amor y por su misericordia, hizo una demostración de amor para con el ser humano.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él. El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios.” Juan 3:16-18.

Esto que hizo Dios, de dar su Hijo en rescate por la humanidad, es un conocimiento común, tanto para Judíos como para gentiles. Es necesario dar a conocer esto que hizo Dios. ¿Por qué? Porque los Judíos esperaban un profeta y cuando vino no le creyeron; pero los gentiles no estaban esperando a nadie y deben saber que vino por ellos también.

Así que cuando encontramos la predicación, en las sagradas escrituras, donde la audiencia era judía, el énfasis lo hacían en demostrarle a ellos que Jesús, que murió en la cruz del calvario, era ese profeta que Dios había prometido. Que ese Jesús es el Cristo de Dios, el siervo escogido de Dios del que había hablado el profeta Isaías, y que este es aquel de quien habló David, cuando dijo: Mi hijo eres tú, yo te he engendrado hoy. Jesús es el Hijo de Dios. 

Este era el tema principal a los judíos, pues gran parte de ellos no lo reconoció ni le acepto. No se hacía mucho énfasis en Dios puesto que ya creían en él, pues ellos estaban claros que era Dios quien enviaría a este Cristo. Así lo podemos ver:
“Y Zacarías su padre fue lleno del Espíritu Santo, y profetizó, diciendo: Bendito el Señor Dios de Israel, Que ha visitado y redimido a su pueblo, Y nos levantó un poderoso Salvador En la casa de David su siervo, Como habló por boca de sus santos profetas que fueron desde el principio; Salvación de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecieron; Para hacer misericordia con nuestros padres, Y acordarse de su santo pacto; Del juramento que hizo a Abraham nuestro padre, Que nos había de conceder Que, librados de nuestros enemigos, Sin temor le serviríamos En santidad y en justicia delante de él, todos nuestros días.” Lucas 1:67-75.

O, como dijo Simeón:
“Ahora, Señor, despides a tu siervo en paz, Conforme a tu palabra; Porque han visto mis ojos tu salvación, La cual has preparado en presencia de todos los pueblos; Luz para revelación a los gentiles, Y gloria de tu pueblo Israel.” Lucas 2:29-32.

Dios cumplió su palabra, y esto era la necesidad para el pueblo de Israel, que supieran y aceptaran lo que Dios había hecho. Por eso, la mayoría de los mensajes pudiéramos catalogarlos como Cristo céntrico; dar a conocer al Cristo.

Pero, cuando vamos a la predicación a los gentiles, la cosa es diferente. Se hace necesario primero darles a conocer al Dios verdadero y luego hablarles de lo que hizo Dios; que envió a su Cristo, su cordero para darnos salvación. Veámoslo en palabras de Pedro; hablando con un grupo de gentiles, en casa de Cornelio, a pesar de que Cornelio era ya temeroso de Dios:
“Entonces Pedro, abriendo la boca, dijo: En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia. Dios envió mensaje a los hijos de Israel, anunciando el evangelio de la paz por medio de Jesucristo; éste es Señor de todos. Vosotros sabéis lo que se divulgó por toda Judea, comenzando desde Galilea, después del bautismo que predicó Juan: cómo Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret, y cómo éste anduvo haciendo bienes y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él. Y nosotros somos testigos de todas las cosas que Jesús hizo en la tierra de Judea y en Jerusalén; a quien mataron colgándole en un madero. A éste levantó Dios al tercer día, e hizo que se manifestase; no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había ordenado de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él después que resucitó de los muertos. Y nos mandó que predicásemos al pueblo, y testificásemos que él es el que Dios ha puesto por Juez de vivos y muertos. De éste dan testimonio todos los profetas, que todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre.” Hechos 10:34-43.

Podemos ver acá que no hay confusión en Pedro, al explicarles a los gentiles lo que Dios hizo.
a)    Dios envió mensaje.
b)    El evangelio de la paz.
c)    Por medio de Jesucristo.
d)    Dios ungió con el Espíritu Santo y con poder a Jesús de Nazaret.
e)    Dios estaba con Jesucristo.
f)     A quien mataron fue a Jesús de Nazaret colgándolo en un madero.
g)    Dios levantó a Jesús  de Nazaret al tercer día.
h)   Dios ordenó quienes eran los que iban a ser testigos.
i)     Dios ha puesta a Jesucristo como Juez de vivos y muertos.
Vemos que no hay confusión en Pedro a la hora de predicar, y esto es lo que debemos predicar.
Si tomamos otro ejemplo, nos encontramos con la misma situación. Pablo, en la ciudad de Atenas, hablándoles a unos gentiles ¿De qué les habló?
“Entonces Pablo, puesto en pie en medio del Areópago, dijo: Varones atenienses, en todo observo que sois muy religiosos; porque pasando y mirando vuestros santuarios, hallé también un altar en el cual estaba esta inscripción: AL DIOS NO CONOCIDO. Al que vosotros adoráis, pues, sin conocerle, es a quien yo os anuncio. El Dios que hizo el mundo y todas las cosas que en él hay, siendo Señor del cielo y de la tierra, no habita en templos hechos por manos humanas, ni es honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida y aliento y todas las cosas. Y de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habiten sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los límites de su habitación; para que busquen a Dios, si en alguna manera, palpando, puedan hallarle, aunque ciertamente no está lejos de cada uno de nosotros. Porque en él vivimos, y nos movemos, y somos; como algunos de vuestros propios poetas también han dicho: Porque linaje suyo somos. Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres. Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos. Pero cuando oyeron lo de la resurrección de los muertos, unos se burlaban, y otros decían: Ya te oiremos acerca de esto otra vez.” Hechos 17:22-32.
a)    Les hablo del Dios que ellos no conocían.
b)    ¿Quién era ese Dios? El que hizo el mundo y todo lo que en él hay.
c)    Les habló de que los ídolos no son Dios.
d)    Que Dios ha establecido un día para juzgar al mundo.
e)    Que este juicio lo hará por medio de un varón.
f)     Que a este varón Dios lo resucitó de entre los muertos.
Vemos que tomó el tiempo para hablarle bien de Dios, pues los gentiles no conocían a Dios. También les habló de lo que Dios hizo, hace y hará. Cuando llega a hablarles del juicio que Dios hará, entonces le dice por medio de quien lo hará. Dios usará a el varón que tiene designado para hacer juicio, este es Jesucristo.
“Porque el Padre a nadie juzga, sino que todo el juicio dio al Hijo,” Juan 5:22.
“y también le dio autoridad de hacer juicio, por cuanto es el Hijo del Hombre.” Juan 5:27.
Vemos entonces que no se limita a hablar de Jesucristo, como quieren hacer muchos hoy día. Es necesario dar a conocer al Dios verdadero y a su Hijo Jesucristo; pues esta es la vida eterna.
“Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” Juan 17:3.
Ahora, ¿Luego qué? Es necesario que tengamos muy presente que esta distinción de judíos y gentiles es simplemente para saber desde donde partir en la predicación, pero nada más; pues hoy día, tanto judíos como gentiles, somos llamados a seguir el mismo evangelio de salvación. Para eso vino Cristo.
“Pero ahora en Cristo Jesús, vosotros que en otro tiempo estabais lejos, habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos hizo uno, derribando la pared intermedia de separación, aboliendo en su carne las enemistades, la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas, para crear en sí mismo de los dos un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino y anunció las buenas nuevas de paz a vosotros que estabais lejos, y a los que estaban cerca; porque por medio de él los unos y los otros tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo, en quien todo el edificio, bien coordinado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor; en quien vosotros también sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu.” Efesios 2:13-22.
¿Qué ocurrió? La pared intermedia de separación, que nos clasificaba en judíos como pueblo de Dios y gentiles como no pueblo de Dios, fue derribada. No existe más. Ahora todos podemos llegar a ser pueblo de Dios. Ni usted tiene que ir a ser judíos, ni el judío tiene que venir a ser gentil. Ya no hay separación. Ambos somos llamados a salir de donde estamos. ¿Qué otro beneficio trajo? Jesucristo abolió, si como lo oye, abolió en su carne las enemistades, ¡Como veían los judíos a los gentiles? Como perros, le menospreciaban. Ahora, si quieren alcanzar el favor de Dios, no pueden seguir viéndolos así; pues Jesucristo abolió en su carne las enemistades. Y no solamente las que había entre seres humanos, incluye también las enemistades con Dios. ¿Qué más abolió? La ley de los mandamientos expresados en ordenanzas. De manera que, tanto judíos como gentiles, ya no estamos sujetos a una ley de mandamientos expresados en ordenanzas. Así que deje de contar: mandamiento uno, mandamiento dos, mandamiento tres y así sucesivamente. Esto quedó atrás. Esta forma de ver la palabra de Dios, como una ordenanza impuesta, que llevó a los judíos a hacer los mandamientos de Dios como una obligación, algo impuesto, que nunca hicieron de corazón sino obligados, de forma rutinaria, repetitiva e inclusive como forma de enseñorearse sobre el otro y creerse más santo o mejor que los demás, ya no es más. No existe. Esto quedó atrás. Somos llamados, tanto judíos como gentiles, en un solo cuerpo que es la iglesia, a crear en Jesús de los dos pueblos un solo nuevo hombre mediante la paz.
Ya no estamos sujetos a la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas. Entonces ¿Estamos sin Ley? NO; ciertamente no estamos sin ley. Estamos bajo un nuevo régimen de Ley; no la ley de la letra sino la ley del Espíritu de vida.
“Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu. Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte. Porque lo que era imposible para la ley, por cuanto era débil por la carne, Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne; para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” Romanos 8:1-4.
Relatada, en otros pasajes como la ley de Cristo. De esto hablo el Apóstol Pablo:
“Me he hecho a los judíos como judío, para ganar a los judíos; a los que están sujetos a la ley (aunque yo no esté sujeto a la ley) como sujeto a la ley, para ganar a los que están sujetos a la ley; a los que están sin ley, como si yo estuviera sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo), para ganar a los que están sin ley. Me he hecho débil a los débiles, para ganar a los débiles; a todos me he hecho de todo, para que de todos modos salve a algunos.” 1ra de Corintios 9:20-22.
Estamos bajo un nuevo régimen. Estamos bajo la ley de Dios dada por medio de Jesucristo. De manera que no necesitamos los gentiles, que andábamos sin ley, convertirnos en judíos, que tenían la ley de los mandamientos expresados en ordenanzas; ni necesitan los judíos convertirse en gentiles sin ley. Ambos, tanto judíos como gentiles, somos llamados a una nueva vida. Salir de la tradición judía y salir de la tradición gentil, para vestirnos del nuevo hombre, creado según Dios; bajo la ley de Cristo.
“De manera que nosotros de aquí en adelante a nadie conocemos según la carne; y aun si a Cristo conocimos según la carne, ya no lo conocemos así. De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.” 2da de Corintios 5:16-17.
“Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada. De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo, pues todos sois hijos de Dios por la fe en Cristo Jesús; porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.” Gálatas 3:23-29.
De aquí a mas ¿Hay otra cosa que predicar? Si; aun falta, pues todos somos herederos de las promesas de Dios, lo que por naturaleza eran judíos y los que eran gentiles. Dios nos ha hecho coherederos juntamente con Cristo.
“El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados.” Romanos 8:16-17.






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