Las
costumbres
Y la
vida Cristiana.
1ra Corintios 15:33.
“No erréis; las malas
conversaciones corrompen las buenas costumbres.”
Al leer con cuidado esta advertencia,
encontramos un llamado a no cometer un error muy frecuente: subestimamos el
daño que puede causarnos el mantener y alimentar conversaciones que no
edifican. ¿Pero es solo eso? De aquí podemos ver que hay buenas conversaciones
y hay malas conversaciones; que hay buenas costumbres y malas costumbres; y que
las costumbres pueden cambiar.
Cuan necesario es en el mundo actual, frente
a los cambios que vienen cargados de costumbres de diferentes culturas, y en
especial cuando no se hace una evaluación imparcial para conocer cuál es el
efecto de las costumbres que tenemos, levantar la voz y poder pasar las
costumbres por el filtro de buena o mala y no por el de bonita o fea, me gusta
o no me gusta, lo disfruto o no lo disfruto.
Pero, ¿Qué es una costumbre? Es un habito que
se adquiere por la práctica frecuente de un acto que llega incluso a formar el
carácter distintivo de una persona o un grupo de personas. Se distinguen así,
las personas y los grupos, por ciertas
conductas a las cuales están acostumbrados que, aun cuando no formen parte de
una ordenanza o ley, llegan a reclamar como propia.
Así, encontramos conductas, consideradas como
costumbres por una mayoría, sin detenerse a ver si es buena o mala, beneficiosa
o dañina, que pasan a ser vistas como normal, o natural; tergiversando en
algunos casos lo que enseña la naturaleza pues llega a aprobar conductas por el
simple hecho que se repite en los seres irracionales; y más aún contraviniendo
lo establecido por Dios.
¿Afecta esto solo al mundo secular o también
a la iglesia? Es de esperar que dentro de las iglesias solo hubiese buenas
costumbres. Quizá le parezca raro que le diga que en las iglesias hay
costumbres. Sepa usted que algunas cosas que practican las iglesias son
costumbres y susceptibles a ser cambiadas sin que por esto se altere el
verdadero culto a Dios; antes bien, hace un beneficio enorme a la iglesia el
que estas costumbres se revisen concienzudamente para quitar las que sea
necesario quitar, modificar algunas y dejar las que sean estricta y
necesariamente para la edificación del cuerpo de Cristo. ¿Costumbres que
edifican? Si; las buenas costumbres.
En la sentencia de Pablo a los Corintios, en
su primera carta, encontramos que dice:
“Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal
costumbre, ni las iglesias de Dios.” 1ra corintios 11:16.
Sin entrar, por
ahora, en otros detalles, sirva esta porción probar que dentro de las iglesias
hay costumbres, cuando dice: “…nosotros no tenemos tal costumbre, ni las
iglesias de Dios.”. Aún cuando no tenían esa costumbre, tenían otra diferente.
Piense un poco en las
cosas que hace dentro de la iglesia, durante el culto. Ora, lee la biblia,
canta, predica. ¿En qué orden? ¿Qué hace primero? Sin importar a quien se le
ocurrió el orden en que se hace, si alguno se le ocurre no hacer algo o
cambiarle el orden en que lo hace, de
inmediato usted se sobresalta y dice: No oró, si según la costumbre tocaba
orar; no recogió la ofrenda antes de predicar, si así lo tiene por costumbre. Y
ni hablar de los cantos, el aplaudir, el vestuario, el saludo o forma de
saludar, el donde sentarse, juntos o separados hombres y mujeres, entre otras.
Ahora bien, existen
buenas costumbres y malas costumbres; costumbres exclusivas de la iglesia y
otras importadas del mundo. Costumbres que fueron diseñadas y puestas en
práctica en el mundo que luego hemos traído a la iglesia sin discernir si es
buena o mala; cual es el efecto que hará a largo plazo. Sin mayor análisis la
aprobamos como buena. En esto podemos resaltar la moda. Lo que es moda en el
mundo no necesariamente es una bendición para la iglesia. El profeta Isaías
habla de la razón por la que Dios había dejado a su pueblo, diciendo:
“Ciertamente tú has dejado tu pueblo, la casa de Jacob, porque están
llenos de costumbres traídas del oriente, y de agoreros, como los
filisteos; y pactan con hijos de extranjeros.” Isaías 2:6.
Mire la observación que le hace: “…llenos de
costumbres traídas del oriente…” No les pertenecían, eran importadas; Dios no
se las había mandado. ¿Qué Dios manda costumbres? Si; o si le parece mejor: Los
mandamientos de Dios deben sernos por costumbres. No estoy hablando de
insignificantes, sino que deben ser algo a tener presente, hacerlo con
presteza, que sea lo que nos caracterice: hacemos lo que Dios nos ha ordenado,
en eso consiste nuestra costumbre.
No se me escandalice. Cuando usted tiene un
modo de proceder, de actuar, una conducta, el cual repite constantemente,
entonces usted tiene una costumbre. Al usted preguntarse en determinada
situación ¿Qué haría fulano o zutano? ¿Qué está buscando? Como acostumbraba
fulano o zutano a responder en esa situación.
Para cada cosa en la ley de Moisés estaba
determinado que era lo que se debía hacer. Así tenía el pueblo por costumbre
actuar conforme al mandato de Dios. Esto fue modificándose con el tiempo y la
ley oral, o la interpretación oral, llegó en algunos casos a invalidar el
mandamiento. Por eso les causó gran choque cuando el Señor Jesucristo les
confrontaba con la ley escrita. Ejemplo de esto es:
“Les decía también: Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra
tradición. Porque Moisés dijo: Honra a tu padre y a tu madre; y: El que
maldiga al padre o a la madre, muera irremisiblemente. Pero vosotros decís:
Basta que diga un hombre al padre o a la madre: Es Corbán (que quiere decir, mi
ofrenda a Dios) todo aquello con que pudiera ayudarte, y no le dejáis hacer más
por su padre o por su madre, invalidando la palabra de Dios con vuestra
tradición que habéis transmitido.” Marcos 7:9-13.
Llegaron a rechazar hasta las palabras de
Dios, que les envió por medio de Jesucristo.
Es la conducta lo que determina la costumbre
y la costumbre, a su vez, determina la conducta.
No estamos excepto de tener y seguir
costumbres. Cuando imitamos el comportamiento o conducta de alguien más,
estamos siguiendo costumbres. Al hacernos el llamado, por la palabra de Dios, a
llevar cierto estilo de vida, esto modifica nuestras conductas, alterando
nuestras costumbres. Así, cuando dice:
“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo.” 1ra Corintios 11:1.
“Sed, pues, imitadores de Dios como hijos
amados.” Efesios
5:1.
“Acordaos de vuestros pastores, que os hablaron la palabra de Dios; considerad
cuál haya sido el resultado de su conducta, e imitad su fe.” Hebreos 13:7.
No cabe duda que, al
seguir la conducta de otro es inevitable tener costumbres, pues las costumbres
se forjan a partir de repetir las
conductas.
Cuando llegamos a los
caminos del Señor, venimos cargados de costumbres, propias del mundo en el cual
vivimos. De allá fuimos rescatados, de una vana manera de vivir, de una forma
de vivir ajena a la de Dios.
“sabiendo que fuisteis rescatados de vuestra vana manera de vivir, la cual recibisteis
de vuestros padres, no con cosas corruptibles, como oro o plata,” 1ra Pedro 1:18.
Esta forma de vida la
recibimos de nuestros padres; y no por venir de nuestros padres es que es vana,
sino por ser una vida ajena a la de Dios, pues así vivieron nuestros padres.
Ahora, aquellos que hemos tenido el privilegio de ser encaminados por nuestros
padres en una vida llena de principios propios de Dios, pues es una gran
bendición.
Así que, cuando somos
trasladados por Dios al reino de su amado Hijo Jesucristo, es necesario dejar a
un lado las costumbres propias del mundo y ser revestidos del nuevo hombre.
“En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre,
que está viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de
vuestra mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la
justicia y santidad de la verdad.” Efesios 4:22-24.
Las costumbres, nuestras
conductas actuales, son el reflejo de lo que llevamos dentro; de cuanto ha
afectado nuestra forma de ser las enseñanzas del reino de Dios. La necesaria
modificación de nuestra conducta es reflejada en las palabras de Pablo, cuando
dijo:
“¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni
los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los
que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni
los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. Y esto
erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya
habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de
nuestro Dios.” 1ra de Corintios 6:9-11.
Pero va aún más allá.
“Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me
son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna.” 1ra Corintios 6:12.
Al nosotros aprobar ciertas costumbres o
conductas dentro de nuestra vida cristiana, hemos de procurar que ésta no
contradiga los mandatos de Dios, que no desafíe lo que a Dios le agrada, que no
sea parte de los deseos engañosos de cuando estábamos en la ignorancia, ajenos
a la vida de Dios.
Una de las obras que hace Dios, por medio de
su Espíritu, es redargüir al mundo de pecado.
“Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de
juicio. De pecado, por cuanto no creen en mí; de justicia, por cuanto
voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este
mundo ha sido ya juzgado.” Juan 16:8-11.
Este trabajo, de convencer al mundo de
pecado, va más allá, pues, al ser la biblia la palabra inspirada por Dios a
través de su Espíritu Santo, está escrita para hacer el mismo trabajo.
“Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir,
para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el
hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.” 2da Timoteo
3:16-17.
Por medio de ella
conocemos lo que es agradable a Dios y como espera Dios que nos conduzcamos
ante él en relación al mundo que nos rodea y sus costumbres. Nos recomienda a
no unirnos en yugo desigual.
“No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué
compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con
las tinieblas?” 2da
Corintios 6:14.
Nos recomienda a no conformarnos con los
deseos que antes teníamos, cuando estábamos en nuestra ignorancia.
“no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra
ignorancia;” 1ra
Pedro 1:14.
Y, si bien no nos
obliga, pone en nuestras manos y bajo nuestra responsabilidad el aprobar lo que
es bueno o malo; y que asumamos esa responsabilidad.
“¿Tienes tú fe? Tenla para contigo delante de Dios. Bienaventurado el
que no se condena a sí mismo en lo que aprueba.” Romanos 14:12.
El trabajo que hace
Dios en nuestras vidas va a requerir que nosotros demos la aprobación o si
estamos de acuerdo o no. No somos obligados, no es por la fuerza.
Se nos da el
parámetro y se nos permite a cada uno discernir y buscar dirección del Espíritu
de Dios.
“Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo
lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay
virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.” Filipenses 4:8.
Si las costumbres que
tenemos o practicamos en las iglesias le aplicáramos esta regla ¿Cuántas
carecen de buen nombre, virtud o son puras? ¿No están salpicadas con las
costumbres y deseos que antes teníamos en el mundo?
La obra que Dios hace
en nuestras vidas es limpiarnos nuestras conciencias, limpiarnos el
entendimiento. ¿Qué consecuencia trae esto?
“El bautismo que corresponde a esto ahora nos salva (no quitando las
inmundicias de la carne, sino como la aspiración de una buena conciencia
hacia Dios) por la resurrección de Jesucristo,” 1ra de Pedro 3:21.
“Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los
otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento
entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay,
por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda
sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de
impureza. Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis
oído, y habéis sido por él enseñados, conforme a la verdad que está en Jesús.
En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está
viciado conforme a los deseos engañosos, y renovaos en el espíritu de vuestra
mente, y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de
la verdad.” Efesios
4:17-24.
Dios limpia, purifica
nuestras mentes no para que seamos capaces de hacernos la vista gorda y no ver
lo deshonesto, inmoral que pueda haber en algo; sino para que andemos
decentemente y con decoro.
En relación a la
mujer, dice la escritura:
“Asimismo que las mujeres se atavíen de ropa decorosa, con pudor y
modestia; no con peinado ostentoso, ni oro, ni perlas, ni vestidos
costosos,” 1ra
Timoteo 2:9.
Y, con respecto al
hombre, también dice la escritura:
“Pero es necesario que el obispo sea irreprensible, marido de una sola
mujer, sobrio, prudente, decoroso, hospedador, apto para enseñar; no
dado al vino, no pendenciero, no codicioso de ganancias deshonestas, sino
amable, apacible, no avaro;” 1ra Timoteo 3:2-3.
Estas cualidades o características
no están supuestas a alcanzarse después de ser obispo; es por ya tenerlas que
se puede nombrar como obispo; por lo tanto debe ser el reflejo de cada varón
dentro de la iglesia.
Que diferente fuesen
nuestras iglesias si nos diéramos cuenta que estos requisitos es una conducta
que debe estar presente en todos desde pastor hasta los miembros, pues todos
formamos parte del mismo cuerpo.
Es de notar que en
estos, dos últimos versículos aparece una palabra para ambos, hombre y mujer:
“decoro” o “decoroso”
Decoro, no es la
inflexión de decorar, que yo adorno; el decoro habla de dignidad, respeto,
pudor, decencia; cosas que hoy día vemos que falta tanto en conducta como en
vestuario en las iglesias, tanto en hombres como en mujeres, por el simple
hecho de que hemos adoptado las costumbres del mundo, las modas e incluso
juzgamos como cómodo o práctico sin ver si es decoroso, bueno o malo, o si a la
larga me lleva a repetir conductas de las cuales ya Dios me había ayudado a
salir.
“Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del
mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez
en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero.
Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que
después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue
dado. Pero les ha acontecido lo del verdadero proverbio: El perro vuelve a su
vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno.” 2da de Pedro 2:20-22.
“Porque si las cosas que destruí, las mismas vuelvo a edificar, transgresor
me hago.” Gálatas
2:18.
No se trata de
prohibiciones, de no gustes, no hagas, no comas.
“Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo,
¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No
manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de
hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la
verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro
trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne.”
Colosenses
2:20-23.
Se trata de lo que si
se debe hacer: ser honesto, puro, decoroso, pudoroso, decente, respetuoso de
nosotros mismos y para con los demás; procurando no poner, ni ser tropiezo a
nadie con las costumbres que adoptamos dentro de la iglesia. Que estas sean
para edificación y que no satisfagan los deseos de nuestra carne y mucho menos
los deseos que desde antes teníamos, cuando aún andábamos en tinieblas.
“no os conforméis a los deseos que antes teníais estando en vuestra
ignorancia; sino, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos
en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy
santo.” 1ra de
Pedro 1:14-16.
¿Ser santos? Si; es
vivir apartados del mal, es vivir haciendo el bien y lo bueno, lo honesto, lo
puro, lo verdadero, lo decente, decoroso, todo aquello que no causa tropiezo en
los que también quieren agradar a Dios; cosas contra las cuales no hay ley.
Existe algo que
ocurre en la vida de todo aquel que de corazón arrepentido busca agradar a
Dios: cuando su entendimiento es limpiado, alumbrado, se restituye en su vida
la vergüenza y, al hacer cosas que hacia estando lejos de Dios, esto causa
incomodidad, pena, vergüenza. La vergüenza es activada en nosotros por la
conciencia. Veámoslo en un ejemplo descrito en el libro de Juan, capitulo 8.
Trajeron una mujer
delante del Señor Jesucristo acusándola de haber sido sorprendida en pleno acto
de adulterio. No fue que la conciencia acusó a esta mujer, estaba siendo
acusada por un grupo de personas que veían como malo lo que hacía la mujer y,
con base en la ley, ella debía ser apedreada, sentenciada a muerte. Las
palabras del Señor Jesucristo apelaron a algo que hay en cada uno de nosotros:
La conciencia, que nos acusa, nos redarguye o nos defiende según sea el caso.
En este caso, cuando Jesucristo les dijo:
“Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de
vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.” Juan 8:7.
Lo que ocurre a
continuación es que, ante el planteamiento de Jesucristo, se activa la
conciencia y les redarguyo. Dice que:
“Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a
uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y
la mujer que estaba en medio.” Juan 8:9.
Analicemos: Si el
entendimiento o conciencia está entenebrecido ¿Podrá acusarnos o redargüirnos?
Si; aun cuando cuesta un poco, pero igual ejerce su función y más al ser
confrontados con el pecado. Todos eran pecadores, aun cuando no necesariamente
adúlteros, pero querían juzgar a la mujer, que ciertamente también era
pecadora. Ahora, ¿Cómo llega a ser pecadora? ¿Cómo llega a ser una adultera? Al
satisfacer los deseos de su carne, pero no es así de brusco o inmediato. Hay un
proceso, una secuencia de eventos que le llevan a pecar.
“sino que cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es
atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a
luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.” Santiago 1:14-15.
Aun cuando,
aparentemente todo ocurre en el interior de la persona, esto va a la par con
las acciones, pues en el adulterio están involucrados al menos dos personas. El
coqueteo, el vestuario, las ocasiones, las palabras; conductas, comportamientos
estos que son propios del mundo e inclusive alimentados o aprobados por la
sociedad actual como normales y aceptables, aun cuando llevan a las personas a
la infidelidad, pero que en la iglesia no pueden ni deben ser propiciados,
mucho menos aplaudidos. ¿Qué podemos hacer? O ¿Qué debemos hacer?
Instar, motivar a la
práctica de las obras que son propias del Espíritu de Dios en nuestras vidas,
andar en el Espíritu, y para eso es necesario ser llenos del Espíritu de Dios y
no simplemente estar en un mismo espíritu. Al ser llenos del Espíritu de Dios
podemos ser guiados por él; pero al estar en un mismo espíritu, o simplemente
ponernos de acuerdo en la forma de pensar o de ver las cosas humanamente, no
estamos siendo guiados por el Espíritu de Dios, sino por otro espíritu.
La recomendación de
probar los espíritus para saber si son de Dios, hoy más que nunca se hace muy
necesario, pues el espíritu del mundo, o el que opera en los hijos de
desobediencia, se ha infiltrado para hacer mucho daño induciendo a conformarnos
con el mundo y las cosas que hay en el mundo.
“Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de
los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.” 1ra Juan 2:16.
Las costumbres
ligadas a satisfacer nuestros deseos, nuestras comodidades, nuestros gustos,
causan gran daño en la práctica cristiana; paulatinamente nos aleja de Dios.
“Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos
conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas
si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque
todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.” Romanos 8:12-14.
Vemos este ejemplo:
“Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Pregunta ahora a los sacerdotes
acerca de la ley, diciendo: Si alguno llevare carne santificada en la falda de
su ropa, y con el vuelo de ella tocare pan, o vianda, o vino, o aceite, o
cualquier otra comida, ¿será santificada? Y respondieron los sacerdotes y dijeron:
No. Y dijo Hageo: Si un inmundo a causa de cuerpo muerto tocare alguna cosa de
estas, ¿será inmunda? Y respondieron los sacerdotes, y dijeron: Inmunda será. Y
respondió Hageo y dijo: Así es este pueblo y esta gente delante de mí, dice
Jehová; y asimismo toda obra de sus manos; y todo lo que aquí ofrecen es inmundo.”
Hageos 2:11-14.
“Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda
contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de
Dios.” 2da
Corintios 7:1.
“Pero en una casa grande, no solamente hay utensilios de oro y de plata,
sino también de madera y de barro; y unos son para usos honrosos, y otros
para usos viles. Así que, si alguno se limpia de estas cosas, será instrumento
para honra, santificado, útil al Señor, y dispuesto para toda buena obra.
Huye también de las pasiones juveniles, y sigue la justicia, la fe, el amor y
la paz, con los que de corazón limpio invocan al Señor.” 2da Timoteo 2:20-22.
De la misma forma que
lo inmundo, lo contaminado ensucia lo santificado, las malas costumbres
corrompen las buenas y contaminan el cuerpo de Cristo, que es la iglesia.