Permiso
para morir.
Génesis
3:19.
“Con
el
sudor
de
tu
rostro
comerás
el
pan
hasta
que
vuelvas
a
la
tierra,
porque
de
ella
fuiste
tomado;
pues
polvo
eres,
y
al
polvo
volverás.”
Existe
la creencia de que el enemigo debe pedir permiso a Dios cada vez que
va a quitarle la vida a alguien. Que no puede quitarle la vida a
alguien si no le pide primero permiso a Dios ¿Es esto así? O ¿Cómo
está establecido?
“Y
de
la
manera
que
está
establecido
para
los
hombres
que
mueran
una
sola
vez,
y
después
de
esto
el
juicio,”
Hebreos
9:27.
Creer
que
ya
se
goza
de
inmortalidad
o
que
por
ahora
vivir
para
Dios
hemos
alcanzado
una
cualidad
de
intocables
es
una
de
las
creencias
que
se
han
introducido
en
algunas
congregaciones;
aún
cuando
abiertamente
no
lo
den
a
conocer.
En
el
Salmo
91,
donde
refiriéndose
a
Jesucristo
dice:
“Porque
has
puesto
a
Jehová,
que
es
mi
esperanza,
Al
Altísimo
por
tu
habitación,
No
te
sobrevendrá
mal,
Ni
plaga
tocará
tu
morada.
Pues
a
sus
ángeles
mandará
acerca
de
ti,
Que
te
guarden
en
todos
tus
caminos.
En
las
manos
te
llevarán,
Para
que
tu
pie
no
tropiece
en
piedra.”
Salmos
91:9-12.
Nos
hace pensar que nosotros también gozamos de este privilegio. Pero,
¿fue que acaso el Señor Jesucristo, al final de su ministerio, no
padeció? Incluso, le llegó la hora donde expiró estando colgado en
un madero, la muerte se enseñoreó de él; pero Dios lo libró de la
muerte, después de pasar por ella, y le glorificó, luego de darle
nuevamente vida al tercer día.
El
enemigo persiguió a Jesucristo desde el nacimiento para quitarle la
vida, pero la muerte no pudo enseñorearse de él, hasta que no se
cumplió el tiempo.
“Entonces
vino
a
sus
discípulos
y
les
dijo:
Dormid
ya,
y
descansad.
He
aquí
ha
llegado
la
hora,
y
el
Hijo
del
Hombre
es
entregado
en
manos
de
pecadores.”
Mateo
26:45.
“Ha
llegado
la
hora
para
que
el
Hijo
del
Hombre
sea
glorificado.”
Juan
12:23.
Dios
le concedió permiso a la muerte para que se enseñoreara de
Jesucristo, al retirar el amparo que rodeaba a Jesucristo, que
impidió que el diablo le quitara la vida tantas veces como se lo
propuso.
Existe
una
protección,
un
amparo,
que
Dios
le
da
a
aquellos
que
andan
en
integridad
para
con
Dios.
En
la
hora
de
la
muerte
de
Jesucristo,
al
momento
que
esta
protección
o
amparo
fue
quitada,
Jesucristo
exclamó:
“Y
a
la
hora
novena
Jesús
clamó
a
gran
voz,
diciendo:
Eloi,
Eloi,
¿lama
sabactani?
que
traducido
es:
Dios
mío,
Dios
mío,
¿por
qué
me
has
desamparado?”
Marcos
15:34.
“Mas
Jesús,
dando
una
gran
voz,
expiró.”
Marcos
15:37.
El
asunto
es
que,
si
Dios
no
retira
el
amparo
del
rededor
de
Jesucristo,
la
muerte
no
se
hubiese
podido
enseñorearse
de
él.
Todos
sabemos
que
la
paga
del
pecado
es
la
muerte
y
que
el
aguijón
de
la
muerte
es
el
pecado,
y
que
algo
que
caracterizó
a
Jesucristo
es
que
no
hizo
pecado,
por
lo
tanto
no
había
razón
para
que
a
corto
plazo
la
vida
le
fuese
quitada.
“ya
que
el
aguijón
de
la
muerte
es
el
pecado,
y
el
poder
del
pecado,
la
ley.”
1ra
Corintios
15:56.
“el
cual
no
hizo
pecado,
ni
se
halló
engaño
en
su
boca;”
1ra
de
Pedro
2:22.
Sin
embargo, fue por el pecado y a causa del pecado que gustó la muerte,
y muerte de cruz; no por los propios sino los de la humanidad.
“Todos
nosotros
nos
descarriamos
como
ovejas,
cada
cual
se
apartó
por
su
camino;
mas
Jehová
cargó
en
él
el
pecado
de
todos
nosotros.”
Isaías
53:6.
“Pero
vemos
a
aquel
que
fue
hecho
un
poco
menor
que
los
ángeles,
a
Jesús,
coronado
de
gloria
y
de
honra,
a
causa
del
padecimiento
de
la
muerte,
para
que
por
la
gracia
de
Dios
gustase
la
muerte
por
todos.”
Hebreos
2:9.
Esta
protección
o
amparo
es
visible
también
es
el
relato
de
Job;
pero
no
habla
de
inmortalidad
o
eternidad.
“¿No
le
has
cercado
alrededor
a
él
y
a
su
casa
y
a
todo
lo
que
tiene?
Al
trabajo
de
sus
manos
has
dado
bendición;
por
tanto,
sus
bienes
han
aumentado
sobre
la
tierra.”
Job
1:10.
Esto
no
solo
ocurrió
con
Job
y
Jesucristo,
es
lo
que
ocurre
con
todo
aquel
a
quien
sus
pecados
le
son
perdonados
luego
de
haber
entregado
su
vida
para
ser
siervos
de
Dios;
pero
insisto,
esto
no
le
hace
inmortal
o
intocable:
Al
tiempo
señalado
debemos
morir,
pues
Dios
así
lo
estableció.
Sin
embargo, el episodio de Job lleva a algunos a creer que para todos
los casos se debe pedir permiso a Dios para que una persona pueda
morir, y no es así.
No
podemos
hacer
de
un
solo
ejemplo
la
regla
para
toda
la
humanidad.
Así
podemos
ver
que
cuando
Caín
mató
a
Abel,
éste
no
le
pidió
permiso
a
Dios
para
matarle,
pero
Dios
le
dejó
saber
a
Caín
que
Abel
iba
a
morir
a
manos
de
él,
cuando
le
dijo:
“Si
bien
hicieres,
¿no
serás
enaltecido?
y
si
no
hicieres
bien,
el
pecado
está
a
la
puerta;
con
todo
esto,
a
ti
será
su
deseo,
y
tú
te
enseñorearás
de
él.
Y
dijo
Caín
a
su
hermano
Abel:
Salgamos
al
campo.”
Génesis
4:7.
Vemos
que
no
le
dijo
que
la
muerte
se
enseñorearía
de
Abel,
sino
que
Caín
sería
instrumento
para
darle
muerte
a
Abel
y
así
la
muerte
se
enseñoreó
de
Abel.
Se
constituye
así
Abel
en
el
primer
ser
humano
que
pasó
por
la
muerte
física,
aún
cuando
su
vida
era
agradable
delante
de
los
ojos
de
Dios.
A
veces
pensamos
que
los
malos
mueren
antes
que
los
buenos,
pero
no
siempre
es
así.
Vemos
que
por
cada
ser
humano
que
muere
no
hay
alguien
pidiendo
permiso
ante
Dios
para
quitarle
la
vida.
Cuando
alguien
muere
en
un
accidente,
una
mordedura
de
serpiente,
destrozado
por
un
animal
salvaje,
por
un
arma
de
fuego
o
un
arma
blanca;
¿Quien
lo
ejecutó
pidió
permiso
a
Dios
para
enseñorearse
sobre
la
vida
del
otro?
No;
¿Acaso
los
animales
piden
permiso
a
Dios
para
matar?
¿Le
concederá
Dios
a
los
malos,
asesinos,
las
peticiones?
¿Cómo
entonces ocurre? Dios sujetó a la creación bajo leyes o principios.
La vida está sujeta a leyes, igual que la muerte. Para que el
espíritu de vida permanezca dentro del cuerpo, este debe ser
fisiológicamente compatible con la vida, capaz de regular sus
funciones. Dios estableció límites que el hombre no puede
traspasar.
“Ciertamente
sus
días
están
determinados,
Y
el
número
de
sus
meses
está
cerca
de
ti;
Le
pusiste
límites,
de
los
cuales
no
pasará.”
Job
14:5.
“Y
de
una
sangre
ha
hecho
todo
el
linaje
de
los
hombres,
para
que
habiten
sobre
toda
la
faz
de
la
tierra;
y
les
ha
prefijado
el
orden
de
los
tiempos,
y
los
límites
de
su
habitación;”
Hechos
17:26.
Estas
leyes
tienen
que
ver
con
el
equilibrio
en
el
cual
se
maneja
el
funcionamiento
del
cuerpo
humano.
Es
el
cuerpo
el
que
está
sujeto
a
volver
al
polvo
de
donde
fue
tomado.
¿Cuándo?
Cuando
éste
es
incapaz
de
mantener
el
equilibrio.
Así,
al
envejecer
o
padecer
cáncer,
se
es
incapaz
de
regenerar
los
tejidos
con
las
funciones
estables,
entonces
sobreviene
la
muerte;
pero
no
solo
en
la
vejez,
sino
que
si
somos
sometidos
a
un
cambio
brusco
de
nuestro
equilibrio,
igual
sobreviene
la
muerte.
Este
cambio
puede
ser
ocasionado
por
otro
ser
humano
o
cualquier
otro
ser
viviente,
incluyendo
a
aquel
que
tenía
el
imperio
de
la
muerte.
Por
eso
el
Señor
Jesucristo
nos
dijo:
“Y
no
temáis
a
los
que
matan
el
cuerpo,
mas
el
alma
no
pueden
matar;
temed
más
bien
a
aquel
que
puede
destruir
el
alma
y
el
cuerpo
en
el
infierno.”
Mateo
10:28.
Dejándonos
ver
que
hay
personas
o
seres
vivientes
que
pueden
enseñorearse
del
cuerpo
hasta
causarle
la
muerte.
Si
así
no
fuera,
serían
infructuosos
todos
los
esfuerzos
por
construir
armamentos
por
medio
de
los
cuales
ha
muerto,
mueren
y
aún
han
de
morir
tantos
seres
humanos;
y
no
es
necesario
pedir
permiso
a
Dios
para
poder
acabar
con
la
vida
de
otro
ser
humano.
Las
guerras,
las
mentes
perversas
con
ansias
de
poder,
el
odio
y
menosprecio
por
los
otros
seres
humanos,
llevan
a
la
destrucción
de
otros
sin
que
tengan
que
pedir
permiso,
más
si
hay
un
conocimiento
en
Dios
de
lo
que
está
ocurriendo;
por
lo
cual
darán
cuenta
a
Dios
por
la
sangre
que
han
derramado.
De
igual
modo
hay
una
sentencia
que
se
cumple
en
esta
vida:
“El
que
derramare
sangre
de
hombre,
por
el
hombre
su
sangre
será
derramada;
porque
a
imagen
de
Dios
es
hecho
el
hombre.”
Génesis
9:6.
Si
al ir a quitarle la vida a otro ser humano le pidieran permiso a Dios
y este le fuere concedido ¿Serían culpables ante Dios? ¿Tendrían
que pagar por haberle dado muerte a otro? No; no serían culpables.
Sin embargo, vemos que el que mata a otro es culpable ante Dios.
“Seis
cosas
aborrece
Jehová,
Y
aun
siete
abomina
su
alma:
Los
ojos
altivos,
la
lengua
mentirosa,
Las
manos
derramadoras
de
sangre
inocente,
El
corazón
que
maquina
pensamientos
inicuos,
Los
pies
presurosos
para
correr
al
mal,
El
testigo
falso
que
habla
mentiras,
Y
el
que
siembra
discordia
entre
hermanos.”
Proverbios
6:16-19.
Dios
no desea la muerte de los seres que ha creado, pero tampoco quiere
que vivamos en la maldad.
“¿Quiero
yo
la
muerte
del
impío?
Dice
Jehová
el
Señor.
¿No
vivirá,
si
se
apartare
de
sus
caminos?”
Ezequiel
18:23.
“Echad
de
vosotros
todas
vuestras
transgresiones
con
que
habéis
pecado,
y
haceos
un
corazón
nuevo
y
un
espíritu
nuevo.
¿Por
qué
moriréis,
casa
de
Israel?
Porque
no
quiero
la
muerte
del
que
muere,
dice
Jehová
el
Señor;
convertíos,
pues,
y
viviréis.”
Ezequiel
18:31-32.
“Diles:
Vivo
yo,
dice
Jehová
el
Señor,
que
no
quiero
la
muerte
del
impío,
sino
que
se
vuelva
el
impío
de
su
camino,
y
que
viva.
Volveos,
volveos
de
vuestros
malos
caminos;
¿por
qué
moriréis,
oh
casa
de
Israel?”
Ezequiel
33:11.
Vemos
que Dios está interesado en que el impío se convierta y así no le
acarree la muerte que se desata como parte del pecado.
“Porque
la
paga
del
pecado
es
muerte,
mas
la
dádiva
de
Dios
es
vida
eterna
en
Cristo
Jesús
Señor
nuestro.”
Romanos
6:23.
Esto
se constituye en un principio, en una ley; todo el que transgrede la
ley que Dios establece sufrirá las consecuencias.
Debo
aclarar
que,
aun
cuando
las
citas
de
Ezequiel
18:23,
18:31-32,
33:11,
como
la
de
Romanos
6:23
están
refiriéndose
a
la
muerte
segunda,
sirven
para
entender
lo
que
es
un
principio
o
ley
de
Dios.
Lo
que
hacemos
tiene
consecuencias.
Hay
que
hacer
distinción
entre
la
muerte
primera,
la
muerte
del
cuerpo,
y
la
muerte
segunda,
la
muerte
del
cuerpo
resucitado
junto
con
el
alma;
pues
al
ver
a
tantos
seres
humanos
vivir
en
pecado
por
muchos
años
en
este
cuerpo
físico
algunos
han
llegado
a
dudar
de
la
muerte
a
causa
del
pecado
e
incluso
llegan
a
decir
que
hierva
mala
nunca
muere;
ellos
ignoran
voluntariamente
que
si
mueren
en
pecado
un
día
será
inevitable
el
pasar
por
la
muerte
segunda,
de
la
cual
está
hablando
cuando
dice:
“He
aquí
que
todas
las
almas
son
mías;
como
el
alma
del
padre,
así
el
alma
del
hijo
es
mía;
el
alma
que
pecare,
ésa
morirá.”
Ezequiel
18:4.
Cuando
encontramos expresiones como:
“Dijo,
pues,
Dios
a
Noé:
He
decidido
el
fin
de
todo
ser,
porque
la
tierra
está
llena
de
violencia
a
causa
de
ellos;
y
he
aquí
que
yo
los
destruiré
con
la
tierra.”
Génesis
6:13.
Debemos
saber que esto no constituye pecado para Dios, por cuanto está
precedida de un juicio justo;
“Y
vio
Jehová
que
la
maldad
de
los
hombres
era
mucha
en
la
tierra,
y
que
todo
designio
de
los
pensamientos
del
corazón
de
ellos
era
de
continuo
solamente
el
mal.”
Génesis
6:5.
Esto
no es simplemente que Dios pueda matar a buenos y malos por
simplemente ser Dios y nadie le pedirá cuenta.
“Lejos
de
ti
el
hacer
tal,
que
hagas
morir
al
justo
con
el
impío,
y
que
sea
el
justo
tratado
como
el
impío;
nunca
tal
hagas.
El
Juez
de
toda
la
tierra,
¿no
ha
de
hacer
lo
que
es
justo?”
Génesis
18:25.
Así
vemos
que
permitió
vivir
a
lo
poco
que
quedaba
de
justo
en
Sodoma
y
Gomorra,
sacándolos
de
allí;
aún
cuando
vemos
más
adelante
que
sus
conductas
eran
muy
parecidas
a
los
habitantes
de
Sodoma
y
Gomorra
que
habían
sido
destruidos
por
su
maldad.
Dios
no estableció que haya que pedirle permiso para quitarle la vida a
alguien, solo dijo que traería consecuencia al que lo hiciera. Lo
que hay que tener bien claro es que Dios protegerá a sus escogidos,
le dará su amparo, mientras realizan el trabajo o tarea encomendada.
Al terminar la tarea que se le asignó, entonces es necesario que
siga el camino de todos en la tierra.
“Llegaron
los
días
en
que
David
había
de
morir,
y
ordenó
a
Salomón
su
hijo,
diciendo:
Yo
sigo
el
camino
de
todos
en
la
tierra;
esfuérzate,
y
sé
hombre.”
1ra
de
Reyes
2:1-2.
Dios
ofrece
protección
contra
la
muerte
y
decide
cuándo
va
a
quitar
el
amparo
para
que
esa
persona
protegida
muera.
“Porque
hermanos,
no
queremos
que
ignoréis
acerca
de
nuestra
tribulación
que
nos
sobrevino
en
Asia;
pues
fuimos
abrumados
sobremanera
más
allá
de
nuestras
fuerzas,
de
tal
modo
que
aun
perdimos
la
esperanza
de
conservar
la
vida.
Pero
tuvimos
en
nosotros
mismos
sentencia
de
muerte,
para
que
no
confiásemos
en
nosotros
mismos,
sino
en
Dios
que
resucita
a
los
muertos;
el
cual
nos
libró,
y
nos
libra,
y
en
quien
esperamos
que
aún
nos
librará,
de
tan
gran
muerte;”
1ra
Corintios
1:8-10.
Vemos
que
protegió
a
los
discípulos
de
morir
en
esa
oportunidad,
pero
eso
no
impidió
que
luego
fuesen
muertos
a
mano
de
los
que
procuraban
su
muerte;
esto
se
debe
a
que
el
propósito
de
Dios
no
es
hacernos
inmortales
en
este
sistema
corrupto.
La
protección o amparo que Dios nos ofrece no es para que hagamos
alarde de superioridad, pues es simplemente un privilegio concedido
de forma temporal, mientras realizamos la tarea encomendada.
“Sabemos
que
todo
aquel
que
ha
nacido
de
Dios,
no
practica
el
pecado,
pues
Aquel
que
fue
engendrado
por
Dios
le
guarda,
y
el
maligno
no
le
toca.”
1ra
de
Juan
5:18.
El
hecho de que diga “…el maligno no le toca…” no debe llevarnos
a desafiar o vivir envalentonados porque somos intocables;
“Cuando
cayere
tu
enemigo,
no
te
regocijes,
Y
cuando
tropezare,
no
se
alegre
tu
corazón;
No
sea
que
Jehová
lo
mire,
y
le
desagrade,
Y
aparte
de
sobre
él
su
enojo.”
Proverbios
24:17-18.
También
se
hace
necesario
que
entendamos
también
el
trasfondo
de:
“Mis
ovejas
oyen
mi
voz,
y
yo
las
conozco,
y
me
siguen,
y
yo
les
doy
vida
eterna;
y
no
perecerán
jamás,
ni
nadie
las
arrebatará
de
mi
mano.”
Juan
10:27-28.
Pues
no está refiriéndose a nuestra estadía temporal sobre esta tierra,
sino a la promesa futura de vida eterna.
Somos
seres con cuerpos mortales, sujetos a la muerte y no es necesario
pedir permiso a Dios para enseñorearnos sobre otro, incluyendo a los
que son de Dios, a quienes les hacen varios intentos de quitarle la
vida y solo ocurre cuando Dios da el permiso por haber ya concluido
el trabajo. Mientras tanto, no pueden quitarle la vida y verán como
Dios les guarda de forma milagrosa. Así ocurrió con Pablo:
“Y
habiendo
grande
disensión,
el
tribuno,
teniendo
temor
de
que
Pablo
fuese
despedazado
por
ellos,
mandó
que
bajasen
soldados
y
le
arrebatasen
de
en
medio
de
ellos,
y
le
llevasen
a
la
fortaleza.
A
la
noche
siguiente
se
le
presentó
el
Señor
y
le
dijo:
Ten
ánimo,
Pablo,
pues
como
has
testificado
de
mí
en
Jerusalén,
así
es
necesario
que
testifiques
también
en
Roma.”
Hechos
23:10-11.
Y
cuando ya pensaban que iban a perecer ahogados en medio del mar;
“Porque
esta
noche
ha
estado
conmigo
el
ángel
del
Dios
de
quien
soy
y
a
quien
sirvo,
diciendo:
Pablo,
no
temas;
es
necesario
que
comparezcas
ante
César;
y
he
aquí,
Dios
te
ha
concedido
todos
los
que
navegan
contigo.”
Hechos
27:23-24.
Esto
no
impidió
que,
a
su
tiempo,
Pablo
fuese
muerto
de
mano
de
los
que
le
perseguían.
“Porque
yo
ya
estoy
para
ser
sacrificado,
y
el
tiempo
de
mi
partida
está
cercano.
He
peleado
la
buena
batalla,
he
acabado
la
carrera,
he
guardado
la
fe.
Por
lo
demás,
me
está
guardada
la
corona
de
justicia,
la
cual
me
dará
el
Señor,
juez
justo,
en
aquel
día;
y
no
sólo
a
mí,
sino
también
a
todos
los
que
aman
su
venida.”
2da
Timoteo
4:6-8.
Era
necesario que Pablo cumpliera con lo establecido con respecto a la
muerte, que la muerte se enseñoreara de su cuerpo y lo convirtiera
en polvo, sin que alguien pidiera permiso, pero con la venia de Dios,
quien es el que da a todos vida.
Génesis
3:19,
no
encierra
una
condición
previa
de
pedido
de
permiso,
sino
que
da
a
conocer
una
realidad,
una
ley,
por
la
que
todo
ser
humano
debe
pasar.